1. El mal en Proclo

14.02.2023

Proclo, el último gran neoplatónico de la filosofía griega, fue discípulo de Siriano y de Plutarco. Dirigió la Academia hasta su muerte en 485. Se plantea que "es necesario analizar si el mal es o no es... si se deriva de una causa principal o no, si es alguna clase de entidad sustancial... de qué manera existe", porque no puede derivarse de un principio diferente del Bien "lo que demuestra la imposibilidad que tiene el mal de existir". En la República de Platón (X, 608 e) se lee: "Todo lo que corrompe y destruye es lo malo, lo que preserva y beneficia es lo bueno". Aquí solo se menciona que es un fenómeno no que sea una entidad. Hemos de partir de que el Bien, como el ser, no solo crea los entes, sino que también los conserva. El mal, en cambio, solo existiría en nuestra mente.

Por ello, se podría incluir el mal en el grupo de conceptos vacíos que no tienen correspondencia con ninguna sustancia ni cosa real, tales como el vacío, el frío o la nada. Realmente, nuestro concepto del mal es la ausencia de lo bueno. Cuando algo va mal decimos que algo no funciona, y vemos como una ausencia el perder a un ser querido.

El bien procede del Ser y es desbordante como vemos en la naturaleza de las semillas. Y, como algo más en esta naturaleza, el ser humano tiene su origen en el Bien, viene programado para buscar el bien en todo lo que aspira y hace, rehuye el mal instintivamente. Lo curioso es que no conecta con el mal; es  como si no tuviera el enlace correspondiente que lo familiarice con el mal.  Puede dejarse engañar por un bien egoísta, debilitarse su voluntad ante un placer momentáneo o "permitir que la naturaleza superficial de las cosas se acumule progresivamente en su alma y la oprima" (República VII, 518 c). De ahí que en el trasfondo de un mal concreto siempre se podría vislumbrar un bien, más general, más amplio de fines; ya que al carecer de sustancia el mal, la potencia se la damos nosotros. 

Visto el mal como una carencia o falta del bien, ahora nos planteamos qué clase de mal procede de la materia o del mundo. La materia en sí misma es inerte, pasiva, solo se acrecienta por yuxtaposición de agregados; en cambio, la vida crece desde dentro. La materia, o el mundo, no puede causar el mal, porque no es motor de nada. Y como procede del Bien original debe llevar en sí misma el bien de una forma o de otra. Por otro lado, sirve de sustrato a la vida; es decir, se acomoda y sirve como materia prima al plan creacionista, o mejor evolucionista, de la naturaleza. Resumiendo: el mal procede del Bien, cumple su propio cometido y sirve de receptáculo al ser en su necesaria manifestación. Necesario significa que es imprescindible y se opone a circunstancial. El mundo es absolutamente necesario para que el Autor sea el primer motor. Recordando al Maestro Eckhart, "Dios no es Dios sin el mundo". Concluyendo, el mundo es necesario y es bueno.

Esto lleva a considerar el mal como algo subjetivo, una forma de ver la realidad y de interpretar el mundo. Pero, junto al concepto del mundo surge el del tiempo. Dicho concepto es elaborado desde el movimiento de las cosas, gracias a un antes y un después. Lo dividimos en pasado y futuro imaginarios y un tiempo presente que se diluye en fracciones de segundo entre las manos. El devenir de los sucesos es la vida del mundo, pero es tan necesario y eterno como la materia misma. Dios no sería Dios sin el tiempo. Lo dicho arriba sobre el mundo se podría aplicar al tiempo. 

¿Y cómo evitar que sea nuestro enemigo, el causante de la enfermedad, la vejez y la muerte? ¿Qué podemos hacer con el tiempo presente, el único que es real, para que lo que hagamos nos acompañe siempre y podamos vivir la eternidad como la repetición de un presente satisfactorio? Hacer el bien sería la única respuesta posible. Que el bien que hemos hecho hoy permanezca en el mañana y se vea incrementado un poco más cada día. Y que el mal que traiga el acontecer sea minimizado. Pero hay algo más: en el mal debe esconderse algo del bien. No nos satisface el sobrellevar el mal cotidiano sin más; la vida tiende a incrementarse, a crecer, y la vivencia del bien debería así mismo seguir creciendo. Sobrellevar los males del tiempo nos hace supervivienes, y vislumbrar el bien en lo malo nos vuelve sabios. Voltaire decía: "Cada uno es responsable del bien que no ha hecho en su vida". Puesto que estamos diseñados para hacer el bien, sería de sabios el vivir para llevarlo a cabo.     

Ver la muerte como un mal del cual huimos todos, nos lleva a suponer que vivir indefinidamente es algo bueno. Pues entonces cavilemos cómo alimentar a diez o veinte ancestros familiares durante siglos... y como sobrellevar los cambios sociales y culturales a los que íbamos a enfrentarnos. La muerte está incorporada en este viaje y debe aceptarse como un componente más del tiempo que estemos en este mundo. Es el reciclaje natural establecido de antemano por el Bien.

El mismo argumento se aplica al tiempo. Sin tiempo no hay cambio posible, ni afectos, ni viajes, ni movimiento alguno, todo congelado eternamente. La respuesta del prudente sería aceptarlo, agradecer que el Bien nos da el regalo por un tiempo de esta existencia y confiar que el Bien no puede hacer el mal. 

Resumiendo: el mundo, el tiempo y los cambios que nos sobrevienen son necesarios para mantener la vida, es decir, que sin ellos no existiría nada, salvo el ser eternamente inmóvil. 

Los seres vivos huimos del mal. Debemos estar programados para buscar el bien. Luego es posible deducir que el bien se oculta en lo malo. Y que de este podemos siempre extraer algo bueno. siguiente